la ilusión de los bienes comunes

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Hay una paradoja extraña en los movimientos ciberactivistas. Por un lado, sobreestiman las posibilidades de la tecnología. Por otro, cultivan el atavismo. Los gurús tecnológicos proponen analogías entre los DRM y los enclosures (los procesos históricos de expropiación de las tierras comunales en Inglaterra entre los siglos XVII y XIX). Ven similitudes entre la generosidad digital y el potlach (un sistema de festines tradicionales de los nativos de la costa noroeste norteamericana). Nos sugieren que entendamos Internet como un bazar (una institución secular de intercambio mercantil de origen persa).

Es como si creyeran que Internet nos permite reengancharnos con el entorno supuestamente cordial de las sociedades tradicionales tras el incómodo paréntesis de la modernidad. Tal vez por eso la única alternativa a la mercantilización que se plantea desde las filas del ciberactivismo es la recuperación del concepto de “bienes comunes” (en inglés, commons), otra reliquia historiográfica.

Los commons son los bienes y servicios que en innumerables sociedades tradicionales se producen, gestionan y utilizan en común. Pueden ser pastos, cultivos, recursos hídricos, bancos de pesca, leña, caza, tareas relacionadas con el mantenimiento de los caminos, la siega, la alfarería o el cuidado de las personas dependientes. Los ciberactivistas insisten en que hay un parecido al menos formal entre estas formas seculares de cooperación y la redacción de un artículo para Wikipedia, la programación de software libre o el subtitulado altruista de películas o series de televisión.

La discusión contemporánea más conocida sobre los bienes comunes se remonta a un famoso artículo de Garrett Hardin que explicaba como la gestión de los recursos de uso común se enfrentaba a un dilema. Si varios individuos actuando racionalmente y motivados por su interés personal utilizan de forma independiente un recurso común limitado, terminarán por agotarlo o destruirlo, pese a que a ninguno de ellos les conviene ese resultado.

En vez de intentar refutar a Hardin, la economista Elinor Ostrom se hizo otra pregunta igualmente interesante. ¿Cómo pudieron, entonces, sobrevivir los comunes en las sociedades tradicionales? Los miembros de las sociedades neolíticas no eran héroes morales ni colectivistas idiotas. Sabían distinguir al menos tan bien como nosotros entre su interés individual y el de su comunidad y a menudo sentirían la tentación de incumplir los acuerdos colectivos. En realidad, lo enigmático es que no se haya dado la tragedia de los comunes más a menudo.

A través de una ambiciosa investigación, Ostrom descubrió las condiciones institucionales en las que es más probable que surjan acuerdos sobre los recursos de uso común eficaces y estables. Se trata de un entramado organizativo muy sofisticado que las comunidades antiguas desarrollaron a través de un proceso evolutivo de deliberación. ¿Es aceptable establecer una analogía con el contexto cooperativo digital actual? En pocas palabras: no.

La práctica totalidad de los bienes y servicios que se mencionan habitualmente como recursos de uso común digitales son, en realidad, lo que los economistas denominan “bienes públicos”. Para empezar, son infinitamente reproducibles sin coste adicional. Eso no tiene nada de malo, pero significa que se disfrutan a la vez, no en común. Pero, sobre todo,  son el producto de una preferencia individual por el altruismo. Disponemos de ellos porque alguna gente antepone la preocupación por los demás al interés propio. Es loable y digno de gratitud. Sin embargo, la producción de bienes comunes tradicionales no dependía de la generosidad individual sino que estaba incrustada en sistemas de reglas sociales muy estables. Formar parte de una comunidad tradicional significaba estar comprometido con esas reglas. Por eso los bienes comunes digitales carecen de las características generales que Ostrom atribuye a los commons: no tienen límites bien definidos,  las reglas de apropiación y provisión no están adaptadas al entorno local, no hay mecanismos eficaces de vigilancia y resolución de conflictos…

Los internetcentristas imaginan que la cooperación digital nos aleja tanto del  individualismo liberal, para el que el interés egoísta era el motor del cambio social, como del Estado paternalista que ahoga la creatividad personal en una ciénaga burocrática. Imaginan un mundo lleno de emprendedores celosos de su individualidad pero socialmente conscientes. Donde el conocimiento será el principal valor de una economía competitiva pero limpia e inmaterial.

Es un programa atractivo que ha rebasado los límites de Internet. De hecho, muchos izquierdistas reivindican hoy una economía de los bienes comunes como proyecto político deseable y factible. Consideran que es una alternativa tanto al capitalismo neoliberal como al callejón sin salida burocrático de los estados del bienestar: una forma sencilla de quedarnos con lo mejor de una economía cuyo motor no sea el afán de lucro individual sin caer en la sumisión a las élites políticas.

El problema es que las relaciones comunitarias densas y continuas son esenciales para la supervivencia y la estabilidad de los sistemas de bienes comunes. Casi no existen en las sociedades modernas -que se caracterizan por un grado alto de fragilidad de las relaciones sociales- porque la tentación de no cooperar es muy fuerte cuando la interacción social es anónima y discontinua.

El proyecto antagonista de los bienes comunes infravalora sistemáticamente estas dificultades. Creo que es el producto de una contaminación del mundo político por el ciberfetichismo. Internet genera la ilusión de un vínculo social sin ninguna de sus características materiales. No resuelve los problemas del individualismo, sólo hace que no nos importen. La verdad es que desarrollar sistemas amplios y estables de gestión de recursos comunes en las sociedades complejas es extremadamente difícil y ninguna ortopedia tecnológica va a disolver ese dilema.

Por otro lado, ya disponemos de un repertorio amplio de mecanismos institucionales diseñados para mitigar los efectos del mercado en un entorno no comunitario, como asociaciones ciudadanas, cooperativas, universidades y un abanico de intervenciones públicas cuya enorme diversidad queda desfigurada cuando se agrupan bajo el lema del «estado burocrático». Ninguno de ellos posee ese aura típica del automatismo digital. Se caracterizan por ser desesperantemente lentos, engorrosos y contradictorios… Tanto como la propia vida en común.

La moraleja es que tenemos mucho más que aprender de iniciativas contemporáneas de democratización económica modestas y poco espectaculares que de experiencias históricamente remotas o exóticas y minoritarias. Fagor o Zen-Noh no tienen el encanto de alguna revuelta tardomedieval de la baja Sajonia o de un hacklab berlinés. Son proyectos interesantes no a pesar de sus enormes contradicciones políticas y sus limitaciones prácticas sino a causa de ellas.

Construir un entorno económico cooperativo a partir de un contexto social tan autodestructivo como el nuestro es una tarea titánica que seguramente merece la pena intentar. Pero para ello no resulta de mucha ayuda adentrarse en caminos cegados cuya principal virtud es esa exquisita coherencia que sólo poseen las entidades ficticias… como los bienes comunes de las sociedades complejas.

16 comentarios en “la ilusión de los bienes comunes

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  2. excelente. La cooperción, la interacción en condiciones de impersonalidad, la gestión eficiente, la soberanía económica y la obediencia en las organizaciones, las asimetrías de información que se generan ante la especialización del trabajo, etc, son temas muy complejos precisamente porque estan interconectados muchos factores. Si los recursos precisos para producir un bien son públicos o si no es posible la exclusión de lo producido entonces es necesaria regulación y vigilancia. Con la consiguiente fobia de los foucaultianos.
    Lo que sucede con muchos de los contenidos en red es distinto: la exclusión puede perjudicar la calidad de lo producido y su uso no tiene por qué degradarlos.
    Por otra parte la burocracia, las rutinas y los hábitos encuentro que no son lo suficientemente reivindicados, supongo que porque es dificil ser conscientes de la importancia que tienen. Es más fácil admirar a la estrella de rock que a los luthieres, iluminadores o camioneros.

  3. Si, creo que esa ilusión existe en los ciberactivistas y se manifiestan, por ejemplo, en las «grandes manifestaciones» en la red, que luego en la vida real terminan siendo un fracaso de 4 gatos.
    La vida real. no solo está en la red, como no solo ha estado en los libros y salones intelectuales (ya sean burgueses, anarquistas, o de otro tipo). Las teorías de salón están «chupi» para el salón, pero no para la calle.

  4. Saludos y felicidades por su blog. Aunque pueda darle la razón en lo que se refiere a cierto sentimiento de fe ciega en la tecnología, tan extendido en el discurso dominante, me temo que voy a poder estar de acuerdo en la mayoría de su critica. A continuación, le argumento por partes:

    “La práctica totalidad de los bienes y servicios que se mencionan habitualmente como recursos de uso común digitales son, en realidad, lo que los economistas denominan “bienes públicos”. Para empezar, son infinitamente reproducibles sin coste adicional. Eso no tiene nada de malo, pero significa que se disfrutan a la vez, no en común. Pero, sobre todo,  son el producto de una preferencia individual por el altruismo. “

    Si la conclusión que me está diciendo es que el procomún es una cosa altruista y ya está, es que creo que no ha valorado su lógica desde una óptica completa, sino que se ha parado en analizar la superficie. En primer lugar, el acto por el que el hacker decide liberar conocimiento hay que entenderlo no solo como una decisión individual, sino como un proceso continuo inserto dentro de una dinámica social y económica diferente. O sea, pocos son los hackers que se adhieren a esta lógica sin zambullirse en una dinámica cooperativa que se encarga de construir comunidades reales (en detrimento de las comunidades imaginadas como la «nación»). Aquí es donde convendría hablar del modo de producción P2P y de sus implicaciones sociales. Por último, no es altruismo cuando un actor (sujeto o empresa) decide vender en el mercado aquello que ha extraído gracias al procomún. Por tanto, la conclusión a la que llega: “(…)una forma sencilla de quedarnos con lo mejor de una economía cuyo motor no sea el afán de lucro individual(..)” es una suposición que el extrae bajo mi punto de vista sesgada, y sin entender todavía lo que usted denomina como “economía de los bienes comunes”.

    “no tienen límites bien definidos,  las reglas de apropiación y provisión no están adaptadas al entorno local, no hay mecanismos eficaces de vigilancia y resolución de conflictos…” No sé a qué se referirá exactamente con esto. Obviamente, el procomún, como bolsa inmaterial de conocimiento no genera nada por sí mismo al “ámbito material” o realidad concreta. Pero es que precisamente, no le he visto mencionar (ni siquiera referirse de lejos) al Open Hardware como verdadero concepto motor de lo que muchos presuponemos la próxima revolución industrial (véase el artículo de The Economist).

    “(…) una forma sencilla de quedarnos con lo mejor de una economía cuyo motor no sea el afán de lucro individual sin caer en la sumisión a las élites políticas.”

    Falso. Su intento continuo de ligazón del altruismo puro con la lógica hacker y el procomún supone elaborar una crítica miope que no atiende al final de la cadena. Tras una empresa de código abierto existe el mismo, o más, afán de lucro que una tradicional basada en la explotación de patentes. Esto se ilustra bastante bien con este ejemplo: ¿Podemos decir que Auttomatic, empresa creadora de WordPress, que liberó su proyecto haciéndolo de código abierto, lo hizo con la intención de un acto altruista? Un rotundo NO. Pero esto es difícil de ver hasta para los dinosaurios de Forbes, que tampoco lograban entender el por qué Matt Mullenweg no era multimillonario como el de Facebook. A lo que él mismo respondió: de otra manera (o sea, patentándolo) no solo no habría sido milmillonario, sino que hubiera sido un picacódigos de google sin éxito ninguno. Es por ello que el código abierto es a día de hoy un modelo/estrategia de negocio susceptible de servirse del afán de lucro.

    Automattic no es una ONG, ni ninguna de las miles de empresas que viven de cuidar el procomún del software libre. Wikispeed no es una ONG, Defense Distributed no es una ONG, las Indias no es una ONG, ni siquiera la P2P Foundation tiene un objetivo puramente altruísta.

    “La verdad es que desarrollar sistemas amplios y estables de gestión de recursos comunes en las sociedades complejas es extremadamente difícil y ninguna ortopedia tecnológica va a disolver ese dilema.”

    De acuerdo. El procomún, por sí solo, no salta y se aplica al mundo material para resolver problemas localizados. Pero el problema es hacer una crítica miope sobre el “modo de producción” como si este fuera un “sistema completo”. De lo que estamos hablando es de medio y modo, no de un sistema concreto. Este último no obstante puede variar en función del territorio donde se aplique, que variará en función del desarrollo y la aplicación que quieran darle las comunidades allí formadas. Por ejemplo: La CIC ya está sirviéndose de diferentes proyectos Open Hardware como Open Source Ecology, y ya están haciendo talleres de fabbing (impresión 3d de código libre). Pero ellos lo aplican bajo el marco de su comunidad (con una fuerte planificación), es decir, una institución dada con una serie de reglas socioeconómicas propias. En otra comunidad, Las Indias Coop. (de Bilbao), también apuestan por el código abierto pero lo utilizan dentro de un marco diferente, el que ellos han bautizado como filé. Este sería algo así como una red comercial y social que aglutina diferentes empresas comunitarias bajo una organización madre que actuaría de demos (o sea, una comunidad más orientada al mercado). Vemos como dos comunidades distintas utilizan una misma herramienta para utilizarlos en marcos totalmente distintos.

    El procomún, por lo que yo sé, no ha prometido en ningún momento resolver los conflictos de la gestión de los recursos. Tan solo es un recurso que podría ayudar a generar abundancia en su entorno, un modo y un medio desde el que servirse, pero que dependerá en todo caso de las comunidades que se decidan a aplicarlo en su territorio particular. Ahí está el reto del presente, en llevar a la práctica y servirse del inmenso repositorio industrial que ya hay liberado, para transformarlo en medios de producción capaces de impulsar un desarrollo industrial local a pequeña escala pero de gran alcance.

    Creo que puede llevar algo de razón en la parte que habla de una excesiva fe en lo tecnológico. Pero yo lo veo de distinta manera, yo lo veo más bien como una herramienta susceptible de ser analizada o instrumentalizada por distintos prismas ideológico- políticos. El problema es creer que la tecnología, por sí sola, vaya a generar un cambio político o social profundo.

    Pero yo le hago una última reflexión personal, al ver que usted deja entrever el plano estatal-institucional como conflicto inmanente al procomún y el mundo p2p. Si entendemos que los cambios políticos pueden darse desde una multitud de planos (para resumir en dos bloques: vía estatal y no estatal), y nos percatamos, por ejemplo, de Chávez (así como el resto de América Latina) hablando de que “hay que impulsar el Open Source porque las patentes de monopolio tipo Microsoft son capitalismo”, entonces no se hace necesariamente incompatible la política estatal como institución desde la cual se pueda (y deba) impulsarse el procomún. Y mi presagio, o por lo menos lo que desearía, es que desde la izquierda institucional se apoyase el Open Hardware como futura brecha, asumiendo el devolucionismo y el combate frontal contra la propiedad intelectual, considerando este un bastión del capitalismo actual.

    En resumen, me ha parecido una crítica bastante miope para todo lo que se puede hablar del procomún. Se ha dejado en el tintero conceptos tan importantes como el Open Hardware o el modo de producción p2p, ignorando otras formas comunitarias y cooperativas que han surgido esta última década y que tienen relatos distintos a los que aquí expone.

    PD: Espero que encaje bien mi crítica y me disculpe si he me he extendido demasiado. Le felicito por su blog. Un saludo cordial.

    • Hola, gracias por tu comentario.
      Voy a responder únicamente a un aspecto de tu crítica, que me parece el eje de nuestro desacuerdo y haré un matiz a otro de tus planteamientos, con el que estoy más o menos de acuerdo:

      “Si la conclusión que me está diciendo es que el procomún es una cosa altruista y ya está…”

      Todo lo contrario. Lo que planteo es que los recursos de uso común tradicionales no dependen de ninguna clase de motivación en concreto (egoísta, altruista o cualquier otra) sino de su inserción en una estructura de reglas sociales que, a su vez, remiten a comunidades estables y cerradas.
      Se suele decir que las normas son irreductibles a la conducta instrumental, es decir, no son el producto de un cálculo medios-fines . Por ejemplo, seguimos las normas de cortesía en la mesa (comer con cubiertos y cosas así) aunque nadie nos esté mirando. En las sociedades tradicionales uno coopera en, por ejemplo, la gestión de un recurso hídrico, por egoísmo, por altruismo, por vergüenza, por pereza o por una mezcla de todo eso. Da igual. La motivación no importa demasiado. En última instancia se siguen las normas sencillamente para seguirlas.

      En las sociedades individualizadas rara vez existen esta clase de normas relacionadas con la provisión de bienes comunes.. Por eso la cooperación suele depender del altruismo (de anteponer el interés de los demás al propio). Es un fenómeno que no está limitado al ámbito digital sino que afecta de lleno a la cooperación analógica. En nuestras sociedades necesitamos “preferir” cooperar y eso supone una diferencia esencial que impide la gestión de recursos de uso común.

      “Entonces no se hace necesariamente incompatible la política estatal como institución desde la cual se pueda (y deba) impulsarse el procomún”.

      Estoy totalmente de acuerdo en que el Estado puede y debe fomentar las redes colaborativas proporcionándoles estabilidad y continuidad, al igual que otros dispositivos institucionales, como las cooperativas. Pero creo que eso tiene poco que ver con los recursos de uso común, que son sistemas tradicionales distintos tanto del mercado como de la gestión burocrática.

      • La gestión del procomún digital, abundante por naturaleza, con respecto a los commons de recursos o bienes de capital, escasos. A pesar de esa diferencia fundamental, ¿Es aceptable establecer una analogía con el contexto cooperativo digital actual? Por supuesto que sí. Se construyen de la misma forma identitaria alrededor de comunidades reales, se cuidan normas y protocolos estrictísimos (aunque no los conozcas, existen!) y se tiene conciencia del nivel de cooperación y egoísmo que representa cada aporte al procomún digital.

        Además, en el caso de los bienes de capital, con el hardware libre (que tiende cada vez más a la lógica de la abundancia) se está desdibujando la línea entre lo digital y lo físico.

        Sobre altruísmo, aquí mezclas los términos por primera vez:

        «Los ciberactivistas insisten en que hay un parecido al menos formal entre estas formas seculares de cooperación y la redacción de un artículo para Wikipedia, la programación de software libre o el subtitulado altruista de películas o series de televisión.»

        Y sobre altruísmo SÍ has dicho lo que has dicho, y aquí aparece claro y cristalino:

        «Pero, sobre todo, son el producto de una preferencia individual por el altruismo. Disponemos de ellos porque alguna gente antepone la preocupación por los demás al interés propio.»

        Y esta es otra perla que nace del desconocimiento, puro y duro:

        «no tienen límites bien definidos, las reglas de apropiación y provisión no están adaptadas al entorno local, no hay mecanismos eficaces de vigilancia y resolución de conflictos.»

        Que no, que no es eso. Que noooooo…

  5. Fantástica e imprescindible reflexión. Quizá apuntar solamente (en la línea «los commons son los bienes y servicios que en innumerables sociedades tradicionales se producen, gestionan y utilizan en común») que los bienes del común no son solo disfrtados de forma colectiva, sino que además, o fundamentalmente, son de propiedad colectiva. Es una de las principales formas de dominio o titularidad de la propiedad (el sistema germánico). Esto encaja bien con la reflexión posterior sobre los bienes públicos y la configuración de los «bienes digitales del común» (que «no tienen límites bien definidos, las reglas de apropiación y provisión no están adaptadas»). Gracias de nuevo

  6. Estoy de acuerdo. De hecho, la plaza pública recupera todo un sistema corporal -presencia, olores, contactos- que contradice la idea de una vida virtual. En Barcelona, por ejemplo, la plaza fue reconvertida, literalmente, en hielo: una pista de patinaje. La necesidad de afrontar la complejidad y pasar de los lugares comunes también me parece un punto muy acertado.

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  8. Señor César:

    1) Hay que estudiarse mejor los temas para aspirar a escribir un libro con ellos. Como ha señalado Juanmi con mucho tacto, entre el altruísmo ese misterioso y el lío que lleva entre procomún digital y recursos escasos, no es que se equivoque, sino que, sencillamente, le faltan unas cuantas lecturas para acabar de hacer los compartimentos mínimos imprescindibles.

    2) En este caso, citar los artículos (post) a los que uno se refiere (para apoyarse en ellos o para tratar de refutarlos), mediante enlaces, sería de buena educación 😉 En la blogosfera hay ciertas normas de etiqueta, no demasiado diferentes a las que en Mundo Real ™ regirían para una conversación decente de la que se pueda sacar algo. Porque tomar un blog como cátedra en lugar de una forma de conversación, como se haría en un periódico, es un error de base.

    3) Además, responder a los comentarios en la medida de lo posible es también de buena educación, una forma de seguir aprendiendo uno mismo y de enriquecer (en buena lógica de la abundancia) el procomún digital, donde el coste marginal de un nuevo post o un comentario es 0 🙂

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