Mi pregón en la XI Ventolera Republicana

El pasado sábado me invitaron a leer el pregón de la XI Ventolera Republicana, en Gijón, una fiesta organizada por la Charanga Ventolín. La Charanga Ventolín es una auténtica institución de la izquierda asturiana.  Desde hace décadas ha estado presente en movilizaciones de todo tipo. Por ella han pasado personas a las que he querido y admirado muchísimo, así que me hizo mucha ilusión el encargo del pregón pero, al mismo tiempo, me costó un montón escribirlo. Me temo que el resultado no es todo lo bueno que merecía la ocasión pero, aún así, lo comparto aquí como muestra de admiración y respeto.

 

No hay que fiarse mucho de los diccionarios, pero los diccionarios dicen que una ventolera es un viento fuerte, una ráfaga violenta que se levanta de golpe y dura poco. Y también que una ventolera es una determinación inesperada que se considera extravagante.

Así que creo que todos los que estamos aquí hoy tenemos algo de ventolera. Nos gustan los vientos fuertes, aunque sean breves. Porque aunque no cambien las cosas un poco sí que despejan las mesas. Se llevan algo de podredumbre. Por ejemplo, a M punto Rajoy –sea quien sea– con sus sobres. A Artur Mas y su 3%. A la condesa Aguirre y su Púnica. A la licenciada Cifuentes, para que tenga tiempo de completar sus estudios. A Zoído, el admirador de los cowboys, y a todos los que protegen a los torturadores. A Rodrigo Rato y las tarjetas black. A Andrea Fabra y su “Que se jodan”. Andrea, sin acritud: jódete tú. Que se jodan todos ellos.

Toda nuestra vida nos han llamado extravagantes. Y la Charanga Ventolín nos ha acompañado en muchas de esas extravagancias. Recuerdo a mi lado a la charanga, cada vez más afinada, desde que era niño. Cuando pedimos el no a la OTAN, cuando nos opusimos a la reconversión industrial, cuando defendimos el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, en muchas huelgas y cuando dijimos “nucleares no”, cuando nos declaramos insumisos, cuando viajamos a Seattle y a Genova y a Praga, cuando dijimos “No a la guerra”. También cuando llenamos las plazas y salimos en marea a defender la sanidad y la escuela pública.

En cada una de esas ocasiones, siempre nos dijeron lo mismo, que somos unos excéntricos, que nos dejáramos de juegos y ventoleras y sentáramos la cabeza, que había que ser realista y responsable.

Un amigo me contó una vez que tenía que entrar en un edificio oficial muy importante. En la puerta había un guardia civil. Cuando mi amigo se acercó el guardia le hizo un saludo militar y mi amigo se echó para atrás rápidamente porque pensó que el guardia le iba a soltar una hostia. Supongo que la gente responsable es esa que nunca tiene miedo de que un policía le de una hostia. Esa gente a la que nunca meterán en la cárcel trece años por grabar en vídeo a un guardia civil mentiroso que ha arruinado la vida a varios jóvenes de un pueblo vasco.

No, no queremos ser responsables. No queremos ser responsables como la ley mordaza, no queremos ser responsables como el impuesto al sol, responsables como el rescate a la banca, responsables como la audiencia nacional y sus jueces prevaricadores, responsables como un crucero gigante decorado con la cara de Piolín en el que viajan cinco mil policías para pegar a gente que sencillamente quiere votar.

Y por eso celebramos una ventolera. Feliz ventolera a todos los que últimamente se han levantado de golpe y con fuerza contra una normalidad monstruosa. Feliz ventolera a todos los que han tenido una determinación inesperada y repentina. A todos los extravagantes que dicen “sí se puede”, en la plaza, en el parlamento, en la asamblea o en la huelga.

Feliz ventolera a los pensionistas que han dicho basta y se niegan a ver como una vida de esfuerzo se esfuma entre los tantos por ciento de un austericidio a cámara lenta.

Feliz ventolera a los clubes, como el Ceares, que nos han recordado que la belleza del fútbol no está en las piruetas de un multimillonario ciclado y chulo sino en la emoción del esfuerzo compartido entre jugadoras, jugadores, amigos y seguidores.

Feliz ventolera a las kelis y a los repartidores de Amazon y a los riders de Deliberoo y al sindicato de manteros, que nos han mostrado el camino de la lucha y de la unidad allí donde sólo veíamos precariedad solitaria.

Feliz ventolera a los que al cantar, al rapear, al escribir o al hacer chistes ofenden a alguien. Porque la libertad de expresión consiste precisamente en que a todos nos puedan ofender por igual.

Feliz ventolera a las radios libres que, como Radio Kras, llevan décadas explorando la izquierda del dial.

Feliz ventolera a los que borrachos como cubas se caen en hoyos pero tienen amigos igual de borrachos que les ayudan a salir y les cuidan.

Feliz ventolera a quienes resisten los desahucios, a quienes ponen sus cuerpos ante los esbirros de la banca para impedir que una familia se quede sin hogar. A quienes okupan para hacer las ciudades más nuestras y menos del dinero.

Feliz ventolera, sobre todo, a los millones de mujeres que este año nos han ayudado a ser más libres y más iguales, o sea, a vivir mejor. Porque el privilegio somete al que obedece pero impide llevar una vida digna también al que se beneficia de él.

Y no feliz ventolera sin más, sino feliz ventolera republicana.

Me contaron que hace años, en los tiempos de la dictadura, había un hombre que rondaba los ministerios de Madrid. De vez en cuando se acercaba a alguien que salía con cara de agobio de un ministerio y él se ofrecía a mediar en sus gestiones. Le decía: “No me tienes que pagar nada si no quieres. Yo intento arreglártelo y si la cosa va bien, vuelves otro día y me pagas lo que te parezca”. En realidad, aquel hombre era un estafador. Él no hacía absolutamente nada. A veces los trámites salían bien y entonces la gente estaba tan contenta que volvía y le daba una generosa propina pensando que había sido cosa suya. Otras veces las cosas no se arreglaban y sencillamente la gente se olvidaba de él, sin culparle de nada.

Más o menos en eso consiste ser rey. En no hacer nada y que te vengan a dar las gracias y a pagar por ello.

Pero no somos republicanos sólo porque nos moleste tener a unos estafadores instalados en la Zarzuela. Nos salen caros, es verdad. Pero comparados con lo que cuesta un superpuerto o un kilómetro de autopista, seguramente no es para tanto. Ser republicano es algo más.

Este año hablar de república se ha vuelto un poco diferente. Más que nada porque prácticamente aquí al lado proclamaron una hace seis meses. Es verdad que no todo el mundo estaba de acuerdo en proclamarla pero muchos pensábamos que merecía la pena preguntar a la gente. Y, desde luego, que a nadie le deberían mandar al hospital o a la cárcel por querer meter un voto en una urna.

Somos republicanos porque lo contrario de la república no es la monarquía, lo contrario de la republica es la ausencia de democracia.

Porque la república, como la democracia, consiste en tomarse en serio la igualdad. Y la monarquía nos recuerda lo poco iguales que seguimos siendo.

Decimos viva la republica siempre que podemos para que nadie, nunca más, sea súbdito. Para que nadie, nunca más, tenga que agachar la cabeza. Nadie: ni los trabajadores migrantes, ni las personas que no llegan a fin de mes, ni los que tienen que marchar porque no encuentran trabajo, ni las madres solas, ni los que quieren hablar la lengua en la que se criaron y no les dejan hacerlo

No sólo tenemos un rey. Tenemos muchos reyecitos en cada banco, en cada empresa del IBEX35, en cada ayuntamiento, en cada delegación de gobierno, en cada comisaría, en cada universidad privada… Tenemos reyecitos en cada casa y en cada familia. Los republicanos queremos echar a ese rey de la Zarzuela, sí, pero sólo porque es el primer paso para acabar con todos esos otros reyes, los de ahí fuera y los que llevamos por dentro.

Y es un orgullo hacer una ventolera republicana en Gijón. Durante años y años, siglos tal vez, en Gijón nos hemos reído de la gente que se da demasiados aires. A veces pienso que sólo con ser de aquí uno ya está a punto de ser republicano.

Llevo toda mi vida aclarando que soy de Gijón. Nací en Cataluña y vivo en Madrid desde hace veinte años. Pero sigo soñando con Cimavilla y los Pericones, con Deva, el Muro y el Muselín. Sigo soñando con una ciudad capaz de erigir una estatua muy emotiva de una madre despidiendo a su hijo emigrante y luego llamarla “la Lloca del Rinconin”. Este es el único lugar del mundo donde el barrio de pescadores, durante sus fiestas, hace una procesión laica para hacer un homenaje a Fleming, el inventor de la penicilina, alguien que ha traído mucho más bienestar al mundo que la Santina. Y eso también es ser un poco republicano.

Una ventolera es un viento fuerte, nos dicen. Y una especie de locura, nos dicen también. Hoy tenemos que ser las dos cosas. Porque hace falta mucha fuerza y un poco de locura para sacarnos el miedo del cuerpo y atrevernos a cambiar todo lo que necesitamos cambiar.

Pero también necesitamos aprender a convertirnos en brisa, en ese viento continuo del que no se habla, que casi no se nota pero nunca para y poco a poco lo va transformando todo sin que nadie se de cuenta.

Seamos brisa igualitaria, brisa libre, brisa antiautoritaria y fraterna.

Seamos brisa cada día y esta noche ventolera.