«La falla característica de los gobiernos laboristas es una discreción exagerada. La impresión que hacen en un observador recuerda el cuadro del joven retratado por Jane Austen del que nada podía decirse sino que “su continente era agradable y su modales de caballero”. Caminan con tanta delicadeza como Agag, como los gatos en el hielo. Se conducen como hombres temerosos de ejercer el poder por el que han luchado durante una generación. Tienen menos deseos de dar satisfacción a sus amigos que de aplacar a sus enemigos. Ponen una gran atención en las menudencias, examinan los cuartos de penique con microscopio y se resisten a saltar las barreras que sus adversarios saltarían sin cambiar el paso de sus caballos y lanzando carcajadas o maldiciones. Estos últimos han sido educados para creer que son los elegidos, y no se turban con el pensamiento de que pueden estar equivocados. Si deciden malgastar el dinero, lo malgastan con un aire gustoso; si creen que es ventajoso sacar adelante una ley que no puede aplicarse, la sacan adelante sin importarles un ardite las consecuencias. Escuchan las críticas con bastante cortesías, pero, exceptuando los detalles pequeños, no rectifican por ellos. Saben que una vez a caballo pueden hacer lo que quieran. Y proceden a hacerlo con una indiferencia sonriente ante las advertencias de sus técnicos, la furia de la oposición, los datos de la geografía, la aritmética y otras ciencias vulgares, y la circunstancia del caso. Esa actitud de tranquila seguridad es una baza considerable. Algunas de sus virtudes pueden ser imitadas por el próximo gobierno laborista».
R. H. Tawney, La igualdad, 1931(traducción española de 1945, México, FCE, p. 339)
Tawney sobre el gobierno de izquierdas
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