Las lecciones del rock radikal vasco

Este verano mi sobrina de veinte años apareció con una camiseta en la que se leía “Keep the 80s alive” en letras doradas. Aluciné. Si pienso en los años ochenta, la imagen que se me viene a la cabeza es la de un montón de jeringuillas. “Chutas, chutas everywhere” pondría la camiseta si la hubiera diseñado yo. Estaban por todos lados, en la calle, en los parques, en los baños de los bares, en la playa… A un vecino de mi edificio se le cayeron las llaves por el hueco del ascensor. Cuando fueron a recogerlas vieron que el fondo estaba cubierto de jeringuillas, como en Saw 2. Era cosa de otro vecino, que era yonki. Sus padres le echaron de casa y él instaló una especie de chavola en la escalera del edificio. Vivía allí. Lo de tirar las jeringuillas en una papelera le debía parecer una molestia excesiva.

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El retorno de Karl Marx

En la Feria del Libro de Madrid de 2012 el libro más vendido fue una edición ilustrada del Manifiesto comunista. Apenas cinco años antes algo así hubiera sido impensable. Hoy el retorno de Marx se ha convertido en un tópico periodístico, pero durante mucho tiempo su legado intelectual estuvo en cuarentena. Por ejemplo, en 2005 Jacques Attali comenzaba su biografía de Marx justificando su interés por un pensador al que “casi nadie estudia” y es considerado “responsable de algunos de los mayores crímenes de la Historia”. En lo más crudo de la postmodernidad nadie pronunciaba la palabra “materialismo” sin añadir el adjetivo “vulgar” para vacunarse contra las sospechas de nostalgia metafísica. En un libro de 1995, Terry Eagleton tenía que recurrir a toda su capacidad argumentativa para rehabilitar la noción de ideología, que el postestructuralismo había expurgado del léxico político. Hoy el filósofo vivo más conocido del mundo, Slavoj Zizek, es un materialista dialéctico experto en ideología.

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