«A principios de 1936 Durruti vivía justo al lado de mi casa, en un pequeño piso en el barrio de Sans. Los empresarios lo habían puesto en la lista negra. No encontraba trabajo en ninguna parte. Su compañera Émilienne trabajaba como acomodadora en un cine para mantener a la familia.
Una tarde fuimos a visitarle y lo encontramos en la cocina. Llevaba un delantal, fregaba los platos y preparaba la cena para su hijita Colette y su mujer. El amigo con quien había ido trató de bromear: “Pero oye, Durruti, ésos son trabajos femeninos.” Durruti le contestó rudamente: “Toma este ejemplo: cuando mi mujer va a trabajar yo limpio la casa, hago las camas y preparo la comida. Además baño a la niña y la visto. Si crees que un anarquista tiene que estar metido en un bar o un café mientras su mujer trabaja, quiere decir que no has comprendido nada.” Sigue leyendo
Archivo por meses: junio 2013
EL FMI y la utilidad de la pobreza
La semana pasada una misión del FMI presentó una batería de recomendaciones para mejorar la situación de la economía española. El borrador de trabajo preliminar incluía algunas reflexiones no destinadas a su publicación y escritas en tono desenfadado: Sigue leyendo
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El ciberfetichismo y las almas bellas
El pasado sábado publiqué esto en Babelia.
Santa Catalina, el PIB y los cuidados
Diario de una buena vecina no es ni de lejos la mejor novela que he leído. Ni siquiera es la mejor novela de Doris Lessing que he leído. Pero seguramente es una de las que más me ha hecho pensar.
La novela se desarrolla en la Inglaterra de los primeros años ochenta a través de sucesivas entradas en el diario de Janna, una viuda de mediana edad que trabaja como editora en una revista dirigida a mujeres. Janna es culta, independiente, tiene dinero y éxito profesional. Pero su vida se ve transformada por una relación, inesperada y no particularmente deseada, con Maudie, una anciana de clase obrera pobre y con crecientes dificultades para valerse por sí misma.
Sin saber muy bien por qué Janna empieza a cuidar de Maudie: le hace la compra, limpia su casa, la asea, la lleva al médico, a visitar a sus parientes, realiza sus gestiones administrativas… Es una tarea agotadora sin el menor reconocimiento. La antítesis misma de su trabajo remunerado. Ayudar a Maudie no tiene nada de divertido. Al contrario. Es casi siempre irritante y en ocasiones sencillamente repugnante. A veces Maudie se muestra hostil y antipática, nunca agradecida. Sigue leyendo
la red social(demócrata)
“A comienzos del siglo XX, un miembro del SPD podía asesorarse acerca de cualquier problema legal –no necesariamente laboral– en los gabinetes jurídicos del partido, aprender las primeras letras en una escuela socialdemócrata, aprender las segundas y las terceras letras en una universidad popular socialdemócrata, no leer otra cosa que diarios, revistas y libros salidos de las excelentes imprentas socialdemócratas, discutir esas lecturas comunes con compañeros de partidos o sindicato en cualquiera de los locales socialdemócratas, comer comida puntualmente distribuida por una cooperativa socialdemócrata, hacer ejercicio físico en los gimnasios o en las asociaciones ciclistas socialdemócratas, cantar en un coro socialdemócrata, tomar copas y jugar a las cartas en una taberna socialdemócrata, cocinar según las recetas regularmente recomendadas en la oportuna sección hogareña de la revista socialdemócrata para mujeres de familias trabajadoras dirigida por Clara Zetkin. Y llegada la postrera hora, ser diligentemente enterrado gracias a los servicios de la Sociedad Funeraria Socialdemócrata, con la música de la Internacional convenientemente interpretada por alguna banda socialdemócrata”
Antoni Domènech, El eclipse de la fraternidad, Barcelona, Crítica, 2004, p. 149